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10 de Junio de 2019

“Saber dialogar con la naturaleza no es un concepto poético, tiene implicaciones prácticas”

En los últimos tiempos se debate y promueve intensamente la preservación del medio ambiente. Sin embargo, la cosmopolítica va aún más allá y, siguiendo las creencias de las comunidades ancestrales, ve a los ríos, montañas y valles como sujetos de derechos y entidades de pensamiento. Para abordar esa concepción nos visitó el Dr. Eduardo Rueda, quien fue uno de los expositores del Seminario Cosmopolíticas y emancipaciones: los derechos de la Naturaleza, organizado por el INTE-PUCP y el Grupo de Trabajo en Filosofía Política de Clacso. Este se desarrolló en el marco del proyecto internacional Cosmopolíticas y procesos emancipatorios en América Latina.

¿Cómo definirías a la cosmopolítica? La política moderna siempre se ordenó en función de un gobierno de los humanos para los humanos. Sin embargo, la cosmopolítica –en su versión más interesante y, tal vez, más radical– alude a esas reconfiguraciones de lo político en el que se consideran sujetos de cuidado no solo a los seres humanos, sino también a la naturaleza. No todos los pueblos del mundo ven como espacios inertes o inanimados a los mares, plantas o valles. Las montañas piensan, transmiten mensajes y son capaces de hablarnos si desciframos su lenguaje.

A partir de esas subjetividades distintas se ordena el arte de gobierno y las formas de lucha y resistencia. Eso supone una reconfiguración enorme de lo política, porque en los procesos de democracia deliberativa nunca habíamos invitado a conversar –ni pensábamos que era posible– a aquellos seres que han estado siempre ahí, como una piedra por la cual tomábamos decisiones.

¿Este concepto guarda relación con la idea kantiana de cosmopolitismo? La visión de Kant se conformaba con estados distintos que se asociaban a través de acuerdos de respeto mutuo, pero que no tenían en cuenta que compartían un mismo mundo. Sin embargo, bajo las circunstancias actuales y los desafíos que enfrentamos en la relación entre las sociedades y la naturaleza, como el cambio climático, el cosmopolitismo ya no se trata solo de vivir como ciudadanos del mundo, sino de convivir como ciudadanos del mundo en un mismo mundo.

¿El cosmopolitismo está emparentando con la concientización por el medio ambiente? El problema es que los ambientalistas inauguraron términos como deterioro o degradación ambiental. Esas definiciones todavía se encuentran muy lejos de poder entender lo que las comunidades, de manera milenaria, habían comprendido muy bien: que el Amazonas, la Cordillera Blanca, los valles del sur de la Patagonia o la sierra nevada de Santa Marta son entidades de pensamiento. Saber dialogar con la naturaleza no es un concepto poético, tiene implicaciones prácticas.

La ciudadanía no se ha podido desprender de la colonización mental. Hay una visión eurocéntrica del mundo y eso causa que no se valoren, e incluso se invisibilicen, las formas ancestrales de saber, existir, practicar la economía, organizar una familia o realizar las relaciones políticas. Así, donde hay conocimiento se piensa que es ignorancia.

Uno de los puntos en que la cosmopolítica hace énfasis es que ya no existe una frontera entre lo público y lo privado. ¿En qué aspectos se observa esto? Antes, lo privado era la esfera en la que cada quien ejercía su autonomía, mientras que en lo público tomábamos decisiones vinculantes para todos. Hoy en día, la naturaleza nos exige ajustes de nuestro comportamiento en el ámbito de lo privado, pues aquello tiene un profundo impacto en lo público. Qué consumo, cómo me visto y de qué modo camino por la ciudad –que parecen ser decisiones privadas– tiene un efecto bajo el nuevo régimen de naturaleza en que nos encontramos. No podemos ir contaminando por ahí pues compartimos un mundo en común. Podríamos comprar un insecticida y decir “es mi dinero”, pero realmente afecta al aire de la ciudad.

Tanto en nuestro país, como en distintas partes de Sudamérica, la explotación minera ha generado conflictos sociales. Bajo la concepción cosmopolítica, si se contamina un río estaría afectándose a un sujeto con derechos. La riqueza mineral se ha vuelto un botín de guerra para las corporaciones mineras del mundo. Es una fantasía pensar que es posible compensar o mitigar los daños que ocasionan, porque durante el proceso de explotación no solo hay degradación ambiental directa sino también afecta el tejido social allí instalado. Aquello no puede solucionarse con una reubicación de las comunidades o recanalizaciones de los ríos, pues implica una alteración profunda del territorio, el cual no es solo material sino también la expresión de un pensamiento sagrado y ancestral.

¿Conoces el caso de algún país que haya hecho avances en la línea de la cosmopolítica? Hay fenómenos interesantes como la actual Constitución ecuatoriana, que declara a la naturaleza como sujeto de derecho, establece un régimen obligatorio de cuidado y constituye a las autoridades tradicionales como voceros de la tierra. También cabe resaltar la sentencia de la Corte Constitucional colombiana, que declaró al Río Atrato como sujeto de derechos.

*Eduardo Rueda. Investigador del Instituto PENSAR de Estudios Sociales y Culturales de la Pontificia Universidad Javeriana de Colombia
Fuente: Punto Edu
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