El volcán Ubinas erupciona: ¿cómo amenaza a la población y al ecosistema local?
- Texto: Daniel Contreras Zuloaga
El volcán Ubinas, en Moquegua, registra su primera erupción considerable desde 2019. Sus cenizas y fumarolas son un peligro para la agricultura, los animales, los recursos naturales y la salud de la población local.
La erupción del volcán Ubinas, en Moquegua, continúa. Los distritos de Coalaque, Chojata, Ichuña, Lloque, Matalaque, Ubinas, y Yunga, aledaños al volcán, han sido declarados en emergencia por dos meses ante la erupción. Se trata del primer proceso eruptivo considerable desde el 2019, cuando 600 personas de la zona tuvieron que ser evacuadas.
Impacto moderado
Por el momento, la erupción del Ubinas, el volcán más activo del Perú, es de intensidad moderada. En la escala del 1 al 10 que se utiliza en la vulcanología para medir la magnitud de los procesos eruptivos, el del Ubinas estaría en un 1 o 2, explica el biólogo de la Universidad Nacional de Moquegua (UNAM) José Valeriano, miembro del Grupo Impulsor de Acción Climática de la Academia. “Pese a ello, es lógico que a nivel local haya afectaciones, sobre todo en los campos de cultivo, el pastoreo, los cuerpos de agua y en los animales, debido a la escasez de alimentos”, señala.
La agricultura de la zona, que goza de un suelo rico en nutrientes precisamente gracias al volcán, podría ser una de las actividades que más sufra, señala el ingeniero Jorge Vargas, investigador del INTE-PUCP y experto en gestión de riesgos y desastres. “Existe la posibilidad de contaminación a un nivel importante debido a la evacuación de elementos químicos que podrían acidificar las aguas utilizadas por los agricultores”, afirma.
La deposición de cenizas, que son partículas de roca volcánica en forma de polvo, representa la mayor amenaza para la salud de la población local y el ecosistema circundante, explica Valeriano. “Al ser abrasivas y corrosivas, pueden impactar directamente la salud y pueden afectar los ojos, la piel y complicar las enfermedades respiratorias”, advierte.
Además, son un peligro para la naturaleza, ya que afectan la tasa fotosintética de las plantas. “Los poblados cercanos a la zona volcánica y los campos de cultivo verán una reducción significativa en la producción agrícola. Además, las cabeceras de las cuencas también pueden sufrir impactos”, señala el biólogo.
Sin embargo, estimar el impacto exacto de este fenómeno es complicado debido a que puede variar según las condiciones climatológicas, como la lluvia o el viento, explica Valeriano. “Las cenizas pueden persistir durante un período aproximado de un año a un año y medio antes de desaparecer debido a las corrientes de aire y el movimiento del agua”, precisa.
“Si hay lluvia durante la erupción, esta actúa como un vector y puede facilitar la caída de cenizas en las áreas afectadas”, complementa Jorge Vargas. “En cambio, durante la época seca, los vientos difuminan las fumarolas, minimizando el impacto”.
Actualmente, las cenizas están afectando a tres regiones: Moquegua, Puno y Arequipa, específicamente el área de Chiguata, aledaña a la Reserva de Salinas y Agua Blanca.
Asimismo, las fumarolas que emite el volcán pueden contener elementos tóxicos, amenazando el bienestar físico de la población. “La mala calidad del aire está asociada a enfermedades respiratorias, diabetes, Alzheimer y problemas cardiovasculares. Cuando esta se prolonga, podemos hablar de una muerte silenciosa”, afirma Valeriano.
La gravedad de los daños finales dependerá de si la erupción persiste por un tiempo prolongado, lo que actualmente es difícil de predecir. “Este es el vigésimo octavo proceso eruptivo que tiene el Ubinas. Puede durar desde meses hasta dos años”, señala el biólogo.
Capacidad de respuesta sobrepasada
Valeriano menciona que tres pueblos en particular han sido los más afectados: Ubinas, San Miguel y Escacha. En esos lugares hay alrededor de 250 familias damnificadas por la erupción.
Para hacer frente al fenómeno, las autoridades locales están buscando trasladar a los habitantes de la zona a un refugio llamado Sirahuaya, pese a que este no se encuentra operativo desde el 2019. En adición a ello, se cuenta con otro albergue para el ganado y el suministro de forraje. También se han realizado esfuerzos para brindar atención con mascarillas, alimentos y bolsas de emergencia.
Además, desde la última erupción del Ubinas en 2019 se viene llevando a cabo un proceso de reasentamiento de los habitantes que viven cerca del volcán, con parte de la población siendo reubicada en los alrededores de la capital de la región.
“Sin embargo, pese a los incentivos ofrecidos por el gobierno regional, que incluyen viviendas y campos de cultivo, parte de la población muestra resistencia a abandonar sus terrenos abruptamente. La corrupción en los presupuestos es un problema recurrente y genera desconfianza en la población”, explica Valeriano. Para el biólogo, si bien esto es comprensible, lo más recomendable es la reubicación permanente de los habitantes en mayor riesgo frente a la actividad volcánica.
Aludiendo a la “capacidad de respuesta sobrepasada” por parte de las autoridades regionales ante el fenómeno, el Consejo de Ministros declaró el estado de emergencia en los distritos más afectados. Valeriano lamenta que esta declaratoria llegó demasiado tarde, dificultando que se agilice la respuesta y se brinde el apoyo necesario a las comunidades afectadas.
Como aspecto positivo, el biólogo resalta que el Instituto Geofísico del Perú (IGP) tiene sensores en tiempo real para monitorear la actividad volcánica y proporcionar alertas tempranas. “Eso ayuda a que las autoridades regionales tomen medidas preventivas y comuniquen los posibles sucesos que se desencadenarán”, señala. Valeriano recomienda una mayor coordinación entre el IGP, el Instituto Geológico, Minero y Metalúrgico (INGEMMET) y el grupo de emergencia del gobierno regional.
De acuerdo con Jorge Vargas, para tener una mejor capacidad de respuesta ante este tipo de eventos es necesario fortalecer la participación de la ciencia y de los investigadores en la toma de decisiones, así como institucionalizar y profesionalizar la gestión de riesgos y desastres. “Según la ley actual de 2011 para la gestión de riesgos y desastres, el gobierno local es el actor principal, y ya cuenta con una estructura predefinida que permitiría estar preparados ante eventos de este tipo. Sin embargo, muchos lugares carecen de un plan de operaciones de emergencia y de personal capacitado”, lamenta.
El sur, zona volcánica
El sur del Perú cuenta con una concentración relativamente alta de volcanes, varios de los cuales presentan actividad. De acuerdo con Valeriano, existen indicios de que esto está afectando las condiciones atmosféricas y la capa de ozono en esta región, aunque aún faltan más estudios e investigación al respecto.
“Además, los volcanes también contribuyen a la contaminación del agua, sobre todo a través del arsénico. La presencia de este elemento es un problema en la sierra de Moquegua, donde se le ha encontrado en la sangre y orina de los pobladores”, afirma Valeriano. “Los agricultores riegan con agua subterránea, lo que aumenta la concentración de arsénico en los ríos”, añade.
En ese sentido, el biólogo hace hincapié en la importancia de profundizar la investigación sobre la actividad volcánica en esta parte del Perú, pues aún no se comprende lo suficiente el impacto que tiene en la dinámica atmosférica.
“Es necesario continuar investigando y analizando los efectos en el medio ambiente, la salud de las personas y las actividades económicas para tomar decisiones informadas y desarrollar estrategias de mitigación y prevención más efectivas. Si no contamos con equipos de monitoreo en tiempo real, es lógico que no tengamos claridad en nuestras medidas y políticas”, concluye.